Teatro/De este lado
“Traición”, de Pinter
Un triángulo amoroso es de lo que habla Harold Pinter en la obra Traición, que ahora se presenta en el Teatro la Capilla dirigida por Diego Álvarez Robledo, con las actuaciones de Tamara Vallarta, Hamlet Ramírez y Fernando Villa.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un triángulo amoroso es de lo que habla Harold Pinter en la obra Traición, que ahora se presenta en el Teatro la Capilla dirigida por Diego Álvarez Robledo, con las actuaciones de Tamara Vallarta, Hamlet Ramírez y Fernando Villa. Una historia contada del final al principio con la habilidad dramatúrgica para mantener la tensión, no de lo que va a suceder sino de cómo sucedió y cómo el autor va construyendo las situaciones.
La obra emblemática de Pinter nos acerca a los subtextos de los personajes y a su propuesta que revolucionó la dramaturgia contemporánea de los 70 y 80. Relaciones llenas de secretos, de dobles-sentidos, de dobles intenciones y de cosas que se dicen o no se dicen. El realismo se despoja de convenciones y formalismo para acceder a una manera más natural y verdadera del comportamiento humano. En sus obras los personajes mienten o dicen una cosa y piensan otra.
Así, en Traición, el espectador es el engranaje fundamental del desarrollo de la trama. Acompaña a los personajes en cada una de las situaciones que se plantean. El espectador sabe mucho, sabe más que uno u otro de los personajes. Vamos descubriendo lo que hay detrás de las palabras, lo que sucedió realmente y hacemos nuestras deducciones y suposiciones, que se van corroborando o contraponiendo. La inteligencia del manejo de la información del dramaturgo inglés, se disfruta plenamente en este reto de contar la historia del final al principio, pero no es un esquema mecánico en el suceder de las escenas, sino que construye el ritmo del tiempo según lo va necesitando.
La primera escena arranca en el encuentro de los amantes dos años después de haber concluido su relación y cuando ella, Ema, y su esposo Robert, el mejor amigo de Jerry, el amante, se van a separar. Las escenas pueden ser consecutivas o con una distancia de uno, dos años o tres. Si el autor requiere dos escenas o tres para plantear la situación, lo hace, y si de una a otra salta dos años atrás, lo hace también. La construcción, que aparentemente no tiene progresión dramática, tiene su parte climática, que es la develación del secreto, y en la que ocupa tres escenas que suceden el mismo año, a diferencia de las dos escenas del presente, que es el final de la historia, y la escena única, para el final de la obra (que es el principio). Cuando inició todo.
Con este juego de tiempos el espectador va aclarándose el actuar de los personajes, como es, por ejemplo, el maltrato que en algún momento ejerce Robert sobre su mujer y el silencio de ella, y saber después que tiene que ver con que él ya sabe de su infidelidad. Se entiende, aunque no lo justifica, y refleja relaciones desiguales siendo los personajes masculinos tratados con mayor profundidad y empatía que el personaje de ella.
Los actores interpretan a sus personajes con gran naturalidad, completando las palabras con los subtextos que no se dicen, los silencios y la ambigüedad en los comportamientos. Logran ese misterio del no decir o decir lo que no es verdad. El reto actoral implica el cambio emocional de una escena a otra, pues no hay una consecución narrativa lineal, y los saltos de tiempo o de actitud los obligan a moverse continuamente de su lugar interno.
En ciertos momentos, por tanto, el enojo de Jerry pierde los matices y tarda en desaparecer, debilitando el medio tono que pide la obra. La escena final, que es el inicio del amor, resulta, por su extroversión, más acoso y estrategia de ligue que una verdadera seducción, un verdadero amor, encantamiento y fascinación por ella. Tamara Vallarta trabaja desde la introversión, y su personaje es sutil y silencioso dándole a ciertos comentarios contundencia a partir de la sutileza. Fernando Villa posiciona a su personaje desde una doble cara. Su presencia corporal y sus movimientos breves y a veces insistentes, como la correa del reloj que abre y cierra, le dan carácter, en contraste con sus comentarios donde se menosprecia o refleja su frustración y enojo, exacerbado en su borrachera.
Diego Álvarez Robledo maneja el espacio con creatividad. En una cámara negra con unos cuantos elementos, hace que el espacio se multiplique y resignifique. Pueden los amantes estar de pie frente a frente durante toda una escena al centro del escenario, para después ocupar un rincón uno y en otro extremo el otro, o estar en el proscenio los dos amigos o cada personaje en un lugar distante o cercano. Los personajes, y no los actores, que no intervienen en la escena, pueden estar fuera o dentro del espacio escénico; observan o se sumergen en su propio mundo, en sus conflictos y contradicciones.
Es un deleite ver Traición y enfrentarnos con un texto magistral que desde el realismo muestra, y no explica, a los personajes; que nos deja dudas y nos lleva a pensar o interpretar los acontecimientos. No hay juicio ni una abierta dirección de lo que el autor quiere decir; deja que sus personajes se muestren como son, partiendo de esa humanidad que nos identifica; y el equipo actoral, junto con el director, nos permiten ese disfrute.