Cine/Aún no
“Una lengua universal”
Con tanta referencia más que erudita a la cinematografía iraní podría temerse que sólo el conocedor pueda disfrutar "Una lengua universal", pero no.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Matthew (Matthew Rankin) deja su trabajo en la ciudad canadiense de Montreal para viajar a Winnipeg, en la cual nació, y visitar a su madre enferma; ahí Massoud (Pirouz Nemati), guía de turistas, organiza recorridos que de tan banales y absurdos, se antojan divertidos, como esa maleta olvidada en un banco que nadie ha abierto desde 1978, y que la UNESCO clasifica como símbolo de la solidaridad humana…
En esa ciudad, capital de Manitoba, también, un par de niñas, Nagin y Nazgol, intentan recuperar un billete congelado en el hielo. Las líneas del relato se entrecruzan de manera delirante, Matthew viaja en el autobús con un profesor frustrado y un pavo (guajolote) agresivo, y lo difícil de encontrar la pista de su progenitora.
En el universo del canadiense Matthew Rankin todo es ficción; en Winnipeg, lugar de las obsesiones del protagonista, la lengua que se habla es el farsi (persa), pues en Una lengua universal (Une langue universelle; Cánada, 2024) la realidad es el cine, la lengua universal es la imagen. En esa especie de fusión Irán-Winnipeg, los restaurantes de la famosa cadena de Tim Hortons sugieren salones de té, en el frío del invierno canadiense edificios y barrios semejan la capital iraní (Teherán) austera y regulada, con posters y anuncios políticos en escritura árabe, como aquellos que aparecen en el cine iraní; sólo que el desierto se torna nieve y paisaje helado, el caos urbano es orden melancólico y cuadrícula aburrida.
Y si de cine iraní se trata, Rakin idolatra la obra de Abbas Kiarostami, Majid Majidi o Jafar Panahi (acreedor de la última Palma de Oro en Cannes y de una ovación de 8 minutos), tanto que casi se convierte en uno de ellos; aunque cercano a al humanismo de estos grandes, el temperamento de Rankin es más cercano al francés Jacques Tati o al americano Wes Anderson, por su amor a la geometría, la ironía y la obsesión por espacios urbanos imposibles, con contenidos autobiográficos que parecen absurdos pero hacen referencia a episodios auténticos: Rankin andaba disfrazado de Groucho Mark en la infancia, como el niño con bigotes que tanto irrita al maestro en la clase, a la manera farsi, de la escuela secundaria. El billete atrapado en el hielo hace referencia a un suceso real en la vida de la abuela del director durante la Gran Depresión en Canadá.
El ficticio Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes corresponde a uno real que existe en Irán, el KANOON, promovido por Kiarostami en la década de los sesenta; el Winnipeg de Rankin funciona como universo paralelo, no exactamente como reflejo de Teherán sino de la psique cinematográfica del director.
Con tanta referencia más que erudita a la cinematografía iraní podría temerse que sólo el conocedor pueda disfrutar Una lengua universal, pero no: la narración, el absurdo de los guajolotes que circulan libremente (alguno llega a atacar), la tres historias que se cruzan, son disfrutadas ampliamente porque el trabajo es cinematografía pura, y si los contenidos parecen absurdos, el tratamiento es llano. El universo de Rankin existe por sí mismo, el espectador lo habita y lo entiende.