Cine

“Hojas de otoño”

Como en todas las cintas de Aki Kaurismaki, el universo de “Hojas de otoño” es el de la clase trabajadora; el tema de la fábrica aparece hasta en alguno de sus títulos como parte de su trilogía proletaria.
sábado, 6 de enero de 2024 · 11:23

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición ya es mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Ansa (Alma Pöysti) lo mismo trabaja como reponedora en un supermercado, que reciclando plástico, cuando la despiden por guardar en su bolsa un sándwich destinado a la basura; él, Holappa (Jussi Vatanen) en una fábrica, en la construcción, con el metal, mantiene una botella de la que toma cuando piensa que nadie lo ve…

El universo de Aki Kaurismaki es el de la clase trabajadora, una que sabe que no irá al paraíso, que acepta el círculo vicioso, como Holappa, que bebe porque se deprime y se deprime porque bebe.

El encuentro de este par de solitarios en un bar de karaoke –de ninguna manera hechos para estar juntos, hecho que, por lo tanto, en la lógica de Kaurismaki, es la razón de más para que intenten juntarse–, es la historia romántica que decide contar.

Como en todas las cintas de Kaurismaki, el universo de “Hojas de otoño” (Kuolleet lehdet; Finlandia/Alemania, 2023) es el de la clase trabajadora; el tema de la fábrica aparece hasta en alguno de sus títulos (“La joven de la fábrica de cerillos”, 1990), como parte de su trilogía proletaria. El didactismo, sin embargo, se halla ausente de la obra de este realizador finlandés que ha sabido destilar la estética neorrealista en una forma coreográfica en la que la danza, protagonistas uno frente al otro, en paralelo o de espaldas entre sí, se torna estática, y el diseño de color (azules, ocres, naranjas) contrasta de manera similar, pero también baila.

En general sus personajes son serios, sin tomarse demasiado en serio a sí mismos, y la risa del público no proviene de situaciones bufonescas, sino del absurdo de la realidad a la que pretenden adaptarse, y se adaptan en un contexto económico y social sin aparente salida. Y sobre el metal y la industrialización, la comida de desperdicio, las noticias sobre las atrocidades de la guerra de Ucrania, el riesgo de conflicto entre Finlandia y la Rusia de Putin, que anuncia el radio, está la música, y el cine. Así, el título y el tema de la película que ven juntos, “Los muertos no mueren”, de Jarmusch, resuena irónicamente para el público.

Para Ansa y Holappa la pregunta, lacónica como son los diálogos de Kaurismaki, –“¿te gustó?”, –“sí, me gustó”– suena grave, la lógica de la

incoherencia en el sistema laboral los condena a vivir como muertos; pero ellos no mueren, se enamoran, padecen peripecias de enamorados, como la del papel con el número de Ansa que se lleva el viento, o una cena con champaña, con efecto anticlimático.

Ansa y Halappa no encarnan ideas, existen por derecho propio, de ahí que se vuelan entrañables para el público, pues viven atrapados en la línea de producción, sin la crisis constante de enloquecimiento del personaje de Chaplin; se saben derrotados de antemano, no hay salida, y sin embargo una constante es la intención de armonizar, de acceder a la vida, pese a todo; y no hay vida sin amor. Es de esa mezcla de tristeza, humor seco y romanticismo puro de donde fluye la poesía de Kaurismaki, un autor que ha logrado, desde el inicio (el gran brinco fue “Los vaqueros de Leningrado”), educar a su público para apreciar una manera de hacer cine que a partir de dos o tres trazos –Halappa y su amigo bebiendo juntos–, sitúa a los personajes, describe su carácter y explica su situación.

Las referencias al cine de los autores que admira, el póster de Lynch, de Visconti, son parte del ambiente y del espacio que habitan; como lo sonoro, el amor posible, el amor al cine y a la música, donde sobran las palabras, organizan ese mundo poético de Kurismaki que un crítico francés (Jean Marie Lanlo) bautiza como “optimismo de la desesperación”; cruel oxímoron, pero base de su poética.

 

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